El apego infantil y las relaciones románticas adultas
La manera en la que nuestros hijos aprenden lo que es el amor y la vida en pareja según nuestro ejemplo, es probablemente la manera en la que ellos reproducirán la manera de amar en sus vidas adultas. Aquí va la reflexión que nos debemos ¿somos realmente un buen modelo a seguir?
ESTA SEMANA
Lic. Milagros Ramírez
6 min read


Hoy quiero abordar un tema profundo y fundamental, que conecta nuestras primeras experiencias de vida con la intimidad de nuestras relaciones adultas: el apego en la infancia y su influencia en las expectativas y comportamientos románticos en la edad adulta. Como orientadora familiar, he observado innumerables veces cómo los cimientos emocionales que construimos en nuestros primeros años moldean la manera en que amamos, confiamos y nos vinculamos en nuestras relaciones de pareja.
La teoría del apego desarrollada por John Bowlby, nos enseña que los bebés y niños pequeños desarrollan patrones de vinculación con sus cuidadores primarios, basados en la consistencia y sensibilidad de sus respuestas a sus necesidades. Estas experiencias tempranas internalizadas se convierten en "modelos operativos internos", esquemas mentales que influyen en nuestras expectativas sobre las relaciones, nuestra autoestima y nuestra capacidad para regular nuestras emociones en la edad adulta. En otras palabras, como somos tratados en la infancia es la forma en la que aprendemos que es el trato común entre personas, por lo que es muy probable que lo reproduzcamos en la edad adulta.
Los niños que han tenido un trato de cuidadores sensibles, disponibles y consistentes tienden a desarrollar un apego seguro. En la adultez, esto se traduce en relaciones caracterizadas por la confianza, la intimidad, la autonomía y la capacidad de buscar y ofrecer apoyo emocional. No temen la cercanía ni la independencia. Sus expectativas son realistas y confían en la disponibilidad y el amor de su pareja.
Los niños que tuvieron trato con cuidadores inconsistentes o impredecibles a menudo desarrollan un apego ansioso. En la adultez, pueden mostrarse inseguros en sus relaciones, buscando constantemente la aprobación y el afecto de su pareja, temiendo el abandono y experimentando celos o necesidad excesiva de cercanía. Sus expectativas pueden ser elevadas e idealizadas, pero teñidas de una profunda inseguridad.
Los niños con cuidadores emocionalmente distantes, rechazantes o que desalentaron la dependencia tienden a desarrollar un apego evitativo. En la adultez, pueden mostrarse independientes en exceso, reacios a la intimidad emocional y a la dependencia, reprimiendo sus sentimientos y evitando el compromiso cercano. Sus expectativas pueden ser bajas o inexistentes, prefiriendo la autonomía a la vulnerabilidad de la conexión.
Existe una cuarta clase de apego, el desorganizado (o temeroso-evitativo), que surge de experiencias de cuidado caóticas, abusivas o inconsistentes, donde el cuidador es a la vez fuente de seguridad y de miedo. En la adultez, estas personas pueden tener dificultades significativas con la intimidad, mostrando un deseo de cercanía pero al mismo tiempo un temor intenso al rechazo y a la vulnerabilidad. Sus expectativas suelen ser confusas y contradictorias.
Es crucial entender que estos patrones no son destinos inamovibles. Si bien las experiencias tempranas tienen un impacto significativo, la conciencia, la terapia y las relaciones saludables en la adultez pueden influir en la forma en que nos vinculamos.
Romper el ciclo por el bien de nuestros hijos.
Quiero dirigirme especialmente a aquellos padres que están atravesando momentos difíciles en su matrimonio. Sé que es un período de gran estrés y dolor, pero es fundamental ser conscientes del impacto que las dinámicas conflictivas tienen en sus hijos. Ellos son observadores privilegiados y aprenden, a menudo de manera inconsciente, sobre cómo se construyen y (desafortunadamente) se desmoronan las relaciones íntimas. De la manera que ellos ven cómo es el trato en una pareja, es como ellos vivirán sus relaciones amorosas en el futuro. Ahora bien, cabe preguntarnos ¿estamos siendo un buen ejemplo? ¿quiero que mis hijos vivan lo mismo que yo estoy viviendo hoy en mi matrimonio?
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Aquí les ofrezco algunos consejos prácticos para minimizar el impacto negativo en sus hijos y evitar que tomen como modelo patrones de apego inseguros o comportamientos disfuncionales en sus futuras relaciones:
Mantener un ambiente respetuoso (aunque ustedes estén en crisis). Por más que los sentimientos entre ustedes como pareja sean tensos, hagan un esfuerzo consciente por mantener un tono de respeto en sus interacciones, especialmente delante de sus hijos. Eviten gritos, insultos, sarcasmos y descalificaciones. Muéstrenles que, incluso en desacuerdo, se puede mantener la compostura y la consideración.
No involucren a sus hijos en sus conflictos de pareja. Jamás utilicen a sus hijos como mensajeros, confidentes o aliados en sus disputas. No los pongan en la posición de tener que elegir un bando o de escuchar detalles inapropiados sobre su relación. Esto genera una enorme angustia y puede dañar su sentido de seguridad y lealtad hacia ambos padres, y el autoestima de sus hijos.
Mantengan una co-parentalidad funcional. Si la separación es inevitable, es crucial establecer una relación de co-parentalidad basada en la comunicación clara, el respeto por el rol del otro padre y la priorización del bienestar de los hijos. Muéstrenles que, aunque su relación de pareja haya terminado, su rol como padres continúa y se basa en la colaboración. Será indispensable que puedan separar lo que les duele de su relación de adultos, de su rol como padres, ya que los duelos no procesados y rencores que entorpecen una buena relación SIEMPRE perjudican a los hijos. Tengan en claro algo: no van a dejar de estar conectados NUNCA, porque toda la vida van a ser padres de los mismos hijos, incluso abuelos de los mismos nietos. Y verdaderamente deberían preguntarse si desean vivir en conflicto desgastante toda la vida.
Busquen ayuda profesional individual y/o familiar. No duden en buscar terapia individual para procesar sus propias emociones y terapia familiar para abordar las dinámicas disfuncionales y aprender estrategias de comunicación más saludables. Un profesional puede ofrecerles herramientas para manejar la crisis y minimizar el impacto en sus hijos. La separación es mucho más que juntar la ropa e irse, hay que acomodar toda una vida (individual y familiar) que antes funcionaba en grupo y que ahora hay que re-ordenar (adecuar las rutinas a las estadías de los hijos en casa de uno y otro, los gastos, las emociones y la manera de comunicarlas, las maneras de compartir momentos juntos, coordinar agendas y compromisos, vacaciones, fiestas, cumpleaños, turnos médicos, etc.). Esta organización muchas veces puede ser caótica y tener ayuda adecuada evita la generación de conflictos.
Modelen la responsabilidad emocional. Sean honestos con sus hijos sobre sus sentimientos de una manera apropiada para su edad, pero eviten sobrecargarlos con detalles de sus problemas de pareja. Muéstrenles que es válido sentir tristeza o frustración, pero también la importancia de buscar formas saludables de manejar esas emociones. No es necesario sostener una careta de "papá o mamá fuerte", porque eventualmente implosiona. Parte de la educación emocional que le debemos a nuestros hijos contiene la expresión saludable de las emociones, admitir la propia vulnerabilidad y que, a pesar de la separación, nunca se deja de ser familia, y ellos están allí para apoyarnos también.
Refuercen el amor y la seguridad. Asegúrenles constantemente a sus hijos que la crisis matrimonial no es su culpa y que el amor de ambos padres hacia ellos permanece incondicional. Mantengan rutinas y un ambiente lo más estable posible para brindarles seguridad en medio del cambio.
Permitan que sus hijos amen a ambos padres libremente. No hablen negativamente del otro progenitor delante de sus hijos ni intenten alienarlos. Permítanles construir y mantener una relación sana con ambos padres, independientemente de sus propios sentimientos como pareja. Sus hijos tienen un solo papá y una sola mamá, y siempre habrá amor, no contaminemos ese amor con nuestros sentimientos de fracaso marital.
Ser conscientes del propio proceso de sanación. Sanar las propias heridas emocionales es fundamental para no proyectar patrones de apego inseguros en futuras relaciones y para modelar relaciones saludables para sus hijos a largo plazo. Obviamente la separación viene acompañada de un duelo por el proyecto que sentimos que no cumplimos, y nos debemos ese transito del duelo para sanar. Seamos indulgentes con nosotros mismos, no nos pongamos la careta de "soy fuerte" frente al espejo.
Tenemos que recordar que nuestros hijos están aprendiendo constantemente de nosotros. Al esforzarnos por manejar su crisis matrimonial con respeto y priorizando el bienestar de nuestros hijos, estamos brindando una lección invaluable sobre resiliencia, responsabilidad emocional y la posibilidad de construir relaciones saludables, incluso después de la adversidad. Nuestro ejemplo, aunque imperfecto, puede ser una poderosa guía para sus futuros vínculos amorosos. Esto es ejercer una mapaternidad consciente, incluso cuando ya no somos pareja.
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